viernes, 25 de julio de 2008

Devenires

Algo me quedó resonando, rebotando alborotadamente como pelotitas numerológicas atrapadas en un bolillero transparente. Espejos. Crear el mundo a nuestra imagen. Encasillar objetos, personas y sentimientos dentro de nuestra cuadrícula de "lo ya conocido", buscando lugarcitos justo ahí, donde interseccionan dos o tres variables, donde el sentido puede fijarse y hacerse controlable. Cómoda forma de detener los devenires. ¿Y es que podría no ser así? No lo sé. Pero nos levantamos y claramente lo primero que hacemos es dirigirnos al baño. Y nos miramos en el espejo y descubrimos un granito nuevo, justo ahí, en la comisura, y enseguida hipotetizamos que debe haber sido el chocolate de la noche anterior, o los nervios por ese llamado que puede depararte un nuevo trabajo. Y nos bañamos, y desayunamos, y con la taza de café aún en la mano abrimos la puerta y agarramos las llaves y saludamos a la portera y llamamos al ascensor. Y nos subimos a un colectivo, del cual no importa mucho la línea, y resulta que el chofer no sólo no nos cierra la puerta encima sino que además nos dice "buen día" con una sonrisa digna de protagonismo en cualquier campaña publicitaria. "Mmmm, debe ser nuevo. Seguramente esta es su primer semana", reflexionamos mientras observamos infinidad de anteojos de sol que denotan caras madrugadas y somnolientas. Y de repente una frenada poco cordial nos hace dar cuenta que el que está cansado es uno. Y que por ahí, el granito podría ser el beso de un incorpóreo amante nocturno, que el chofer es un espantapájaros que venció su soledad y que los portadores de anteojos son manequíes esculpidos por algún genio loco que hoy se le habría ocurrido exponer en el transporte público.